Ahí estaba yo, chupando frío en la parada del autobús y divagando, como suele ser habitual, con la mirada perdida en algún punto indeterminado por delante de mis pies. En uno de esos escasos momentos en que a mi cerebro le da por volver al planeta Tierra y mis ojos deciden enfocar, me doy cuenta de que estoy mirando algo. Efectivamente. Como medio metro delante mio, perfectamente camuflada entre las piedras de las losetas, una desamparada moneda de 20 céntimos se ahoga en medio de un pequeño charco.
Así que me quedo mirándola, sorprendiéndome de lo perfectamente alineada que está conmigo, como si hubiese sido yo mismo el que la hubiese dejado ahí, casi con regla, mientras decido si merece la pena sacar las manos de los bolsillos con la rasca que hace y meter los dedos en un charco por 20 céntimos.
Y en esas cavilaciones estaba cuando un movimiento en mi visión periférica me llama la atención. Miro hacia allí. Una mujer, de unos 50-55 años acaba de descubrir también la moneda y la está mirando con evidente tensión.
Durante un momento me planteo la idea de lanzarme rápidamente a coger la moneda y exhibirla con sonrisa triunfal cual trofeo frente a la pobre señora, pero la ansiedad con la que mira los 20 céntimos me dan la impresión de que me ganaría su odio eterno y hoy no me apetece ganarme otro enemigo (por 20 céntimos). Así que no hago nada y espero a que la mujer la coja.
Pero en contra de lo que yo había pensado, la mujer no va, se agacha y la recoge tranquilamente. Solamente se queda ahí plantada, mirando la moneda como un náufrago miraría un buen chuletón.
Después de al menos un largo minuto, parece que la mujer reunió por fin el valor suficiente e hizo su movimiento. Primero un pasito de lado. Luego un pasito ladeado. Y así hasta ponerse delante de mi, con el pie sobre la moneda. Yo para mis adentros tarareaba la melodía de Mission: Impossible (chan-chan chan-chan-chan-chan tiruriii-tiruriii-tiruriii) mientras intentaba que mi descojone no resultase demasiado evidente.
Miró a un lado, miró al otro, pivotando sobre el pie que cubría la moneda. Y empezó a moverse otra vez pasito a pasito hacia el final de la cola... arrastrando la moneda con el pie. Sobre un suelo de adoquines de esos hechos con piedrecillas. Podía oír la moneda arrastrando por el suelo, y eso que llevaba los auriculares puestos.
Claro, para entonces yo ya empezaba a tener serios problemas para contenerme, exhibía una sonrisa de oreja a oreja y la chica que tenía al lado debía estar pensando que estaba grillado o algo así.
Finalmente, la mujer llegó al final de la cola, coincidiendo con el momento en el que llegaba el bus. Mientras me subía, pude ver como se agachaba en un rápido movimiento, cogía la moneda y se la guardaba discretamente en el bolso.
Pero lo mejor de todo vino cuando, después de estar yo acomodado ya en el autobús, casualmente la mujer fue a sentarse junto a mi. Fue un impulso. Levante la vista del libro, la mire con mi mejor sonrisa y dije: “Buen botín, ¿eh?”. Primero la cara de la mujer fue pura confusión. Después, el vivo retrato de la culpa. Podía imaginarme perfectamente a la mujer pensando “¡Oh, Dios mio! ¡Me han visto! ¡Tierra, trágame!”.
Como tampoco era mi intención humillarla, me volví a mi libro, procurando que no fuese demasiado evidente lo bien que me lo estaba pasando, mientras la mujer se hundía en el asiento y parecía empequeñecer a ojos vista.
Quizá sea un poco cruel, pero son unos de los 20 mejor gastados céntimos de mi vida. XD
Así que me quedo mirándola, sorprendiéndome de lo perfectamente alineada que está conmigo, como si hubiese sido yo mismo el que la hubiese dejado ahí, casi con regla, mientras decido si merece la pena sacar las manos de los bolsillos con la rasca que hace y meter los dedos en un charco por 20 céntimos.
Y en esas cavilaciones estaba cuando un movimiento en mi visión periférica me llama la atención. Miro hacia allí. Una mujer, de unos 50-55 años acaba de descubrir también la moneda y la está mirando con evidente tensión.
Durante un momento me planteo la idea de lanzarme rápidamente a coger la moneda y exhibirla con sonrisa triunfal cual trofeo frente a la pobre señora, pero la ansiedad con la que mira los 20 céntimos me dan la impresión de que me ganaría su odio eterno y hoy no me apetece ganarme otro enemigo (por 20 céntimos). Así que no hago nada y espero a que la mujer la coja.
Pero en contra de lo que yo había pensado, la mujer no va, se agacha y la recoge tranquilamente. Solamente se queda ahí plantada, mirando la moneda como un náufrago miraría un buen chuletón.
Después de al menos un largo minuto, parece que la mujer reunió por fin el valor suficiente e hizo su movimiento. Primero un pasito de lado. Luego un pasito ladeado. Y así hasta ponerse delante de mi, con el pie sobre la moneda. Yo para mis adentros tarareaba la melodía de Mission: Impossible (chan-chan chan-chan-chan-chan tiruriii-tiruriii-tiruriii) mientras intentaba que mi descojone no resultase demasiado evidente.
Miró a un lado, miró al otro, pivotando sobre el pie que cubría la moneda. Y empezó a moverse otra vez pasito a pasito hacia el final de la cola... arrastrando la moneda con el pie. Sobre un suelo de adoquines de esos hechos con piedrecillas. Podía oír la moneda arrastrando por el suelo, y eso que llevaba los auriculares puestos.
Claro, para entonces yo ya empezaba a tener serios problemas para contenerme, exhibía una sonrisa de oreja a oreja y la chica que tenía al lado debía estar pensando que estaba grillado o algo así.
Finalmente, la mujer llegó al final de la cola, coincidiendo con el momento en el que llegaba el bus. Mientras me subía, pude ver como se agachaba en un rápido movimiento, cogía la moneda y se la guardaba discretamente en el bolso.
Pero lo mejor de todo vino cuando, después de estar yo acomodado ya en el autobús, casualmente la mujer fue a sentarse junto a mi. Fue un impulso. Levante la vista del libro, la mire con mi mejor sonrisa y dije: “Buen botín, ¿eh?”. Primero la cara de la mujer fue pura confusión. Después, el vivo retrato de la culpa. Podía imaginarme perfectamente a la mujer pensando “¡Oh, Dios mio! ¡Me han visto! ¡Tierra, trágame!”.
Como tampoco era mi intención humillarla, me volví a mi libro, procurando que no fuese demasiado evidente lo bien que me lo estaba pasando, mientras la mujer se hundía en el asiento y parecía empequeñecer a ojos vista.
Quizá sea un poco cruel, pero son unos de los 20 mejor gastados céntimos de mi vida. XD
3 comentarios:
Pues amigo cuando vivas despues de una gerra civil o tengas que llegar a fin de mes con una pension minima ,a lo mejor miraras menos hacia el cielo y mas a esos 20c ,que te saliese una sonrisita por la situacion es si vale pero el cometario en si sobrava ,como dicen por hay ojala vivas tiempos interesantes.
Blah, blah, blah, blah, blah...
La cuestion no es que coja los 20 centimos o no, sino que actue como si estuviese robando un banco. Es evidente que la que pensaba que estaba haciendo algo incorrecto era ella, no yo.
Asi que si, me descojonare todo lo que quiera y mas.
Ademas, no tenia precisamente pinta de pasar muchos apuros economicos y la gente de aproximadamente esa edad (nacidos entre 1950-55) crecieron en una epoca en la que ya habia pasado de largo lo peor de la postguerra y pasaron la mayor parte de su infancia en pleno boom economico de los años 60.
Asi que puedes guardarte tu absurda moralina.
jajajajaajajaja
muy wena xDDD
pasabaaa
si keres puedes pasar x l mio =D
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